Aunque importante, el ENEC no puede ser separado del amplio proceso de consulta y participación que la Iglesia cubana desarrolló en los cinco años previos y se denominó Reflexión Eclesial Cubana (REC). Este proceso, a mi juicio la mejor experiencia que hemos tenido de recepción del Concilio Vaticano II en Cuba, involucró no solo a un reducido grupo de laicos, religiosas y sacerdotes que pudieran quedar presos de una mentalidad elitista, sino a las comunidades a lo largo de toda la isla.
A inicios de 1979 se celebró en Puebla, México, la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Uno de los participantes en este encuentro, el carmelita descalzo Marciano García, sugirió a su regreso la posibilidad de celebrar un “Puebla para Cuba.
” En las convivencias sacerdotales de 1979 el obispo emérito Fernando Azcárate SJ. se hizo portavoz de esta idea que despertó gran entusiasmo en los presentes. Un año más tarde la Conferencia Episcopal acogió este proyecto y eligió al obispo de Camagüey, Adolfo Rodríguez, al frente de un grupo para dar los primeros pasos.
En abril de 1981 este equipo se reunió en la ciudad de Camagüey para reflexionar sobre esta propuesta y redactar una breve “hoja de ruta” que pasó a ser conocida por el nombre de esta ciudad. La importancia del “Documento de Camagüey” reside en que formaliza el “Pueblita cubano” como un proceso que debía involucrar a toda la Iglesia, no solo al clero y a una élite laical. En Camagüey se concluyó que no se necesitaba un nuevo texto episcopal o un estudio teológico sino “una Reflexión Eclesial con la mayor participación de toda la Iglesia cubana, sobre la evangelización en el presente y el futuro del pueblo cubano, en el contexto latinoamericano, a la luz del Vaticano II, de Medellín y de Puebla.”
A partir de lo acordado en Camagüey se amplió la comisión preparatoria con la inclusión de laicos, religiosas y sacerdotes. Este grupo fue dividido en tres subcomisiones (historia, encuestas y teología) para los trabajos iniciales. La primera tarea de esta comisión fue redactar un marco histórico de la evangelización en Cuba y realizar un sondeo sobre diversos aspectos de la Iglesia en la isla. A pesar de las deficiencias metodológicas de esta consulta, ella logró impulsar un proceso capilar de reflexión y participación en todas las comunidades de la isla.
En febrero de 1983 se reunió en el santuario del Cobre la comisión preparatoria y la Conferencia Episcopal. A partir de dicho encuentro esta comisión fue presidida por el nuevo arzobispo habanero Jaime Ortega, se definió el cronograma del proceso y se designó un secretariado estable dirigido por el P. Bruno Roccaro SDB.
En junio de 1984 se realizó un nuevo encuentro para analizar los datos del primer sondeo y proponer un nuevo ciclo de consultas, esta vez organizado por encuestadores preparados. Esta nueva ronda estaba destinada a diversos sectores de la Iglesia y buscaba desarrollar los datos cuantitativos recogidos en las encuestas iniciales. Entre los temas propuestos estaban los elementos positivos y negativos de la idiosincrasia cubana y cómo estos repercutían en la misión de la Iglesia.
También se pedía clarificar qué se entendía por evangelización, qué oportunidades la Iglesia encontraba para ello y se pedía enunciar tres medidas prioritarias para desarrollar esta misión.
Una de las preocupaciones fundamentales en las reflexiones iniciales fue “conservar y mantener la fe” en medio de un ambiente hostil. La nueva ronda de consulta de 1984 buscó identificar medios concretos para lograr este objetivo, distinguiendo de responsabilidad de los creyentes en las tensiones con el sistema político y de qué forma el testimonio cristiano podía ser percibido como un elemento reconciliador.
Esta reflexión ayudó a los católicos cubanos a no considerarse simplemente como víctimas de un sistema hostil sino también como ciudadanos con plenos derechos. Evidentemente tal cambio de mentalidad requería un largo proceso del cual la REC solo podía dar los primeros pasos. Los datos recogidos en esta ronda de conversaciones a lo largo de toda la isla fueron organizados y argumentados teológicamente en el Documento de Consulta (DC) que nuevamente fue devuelto a las distintas comunidades para su discusión. El fruto de estos debates se sintetizó en un Documento de Aportes por cada diócesis, que sirvió como material de trabajo para la siguiente fase.
En la última etapa de la REC se celebraron las asambleas diocesanas que sintetizaron el proceso de reflexión de las comunidades durante tres momentos sucesivos: la encuesta inicial, las discusiones sobre sus resultados y el análisis del DC. Este itinerario mostró el compromiso de los fieles y al mismo tiempo nutrió el espíritu de corresponsabilidad de los católicos cubanos con el destino de la Iglesia. Cada asamblea diocesana analizó el Documento de Aportes que se elaboró a partir de las propuestas de cada comunidad, y sometió a debate y votación sus puntos más polémicos.
El momento final de estas asambleas fue la elección de una parte de los delegados al ENEC mientras que otros participarían por derecho propio o serían designados por el obispo local. Una vez celebradas todas las asambleas diocesanas se agruparon sus propuestas teniendo en cuenta la convergencia de los temas y se redactó el Documento de Trabajo (DT) que serviría de base para el encuentro nacional.
Sorprende leer las actas de las asambleas diocesanas y descubrir temas tan actuales como el rol de las mujeres en nuestras comunidades, la formación de los sacerdotes o la misión de la Iglesia cubana en un contexto socialista... (continuará)
Escrito por: P.Raul Arderi Garcia sj