Cuando leemos las actas de las asambleas diocesanas de 1985 nos sorprende la actualidad de algunas propuestas y la libertad con que se admitieron ideas diversas sin que ello afectara la unidad de la Iglesia. En estos encuentros se logró superar una mentalidad competitiva entre los diversos carismas eclesiales donde el liderazgo laical podía ser visto como un menoscabo del rol de los pastores.
El consenso que emergió de la REC no nació de la uniformidad de criterios ni de la simple obediencia de las líneas pastorales trazadas por la jerarquía. La REC rechazó explícitamente la figura del sacerdocio como una casta separada de la comunidad y para ello abogó por estructuras de participación laical en la programación eclesial, lo cual se tradujo en la creación de los consejos pastorales diocesanos integrados por laicos, religiosas y presbíteros bajo la presidencia del obispo.
También se pidió un rol activo de las comunidades en la formación de los sacerdotes, superando la invitación a simplemente orar por las vocaciones y apoyar económicamente el seminario. Estos encuentros pidieron espacios de formación para agentes pastorales, hombres y mujeres, que los capacitaran para el acompañamiento espiritual, los ministerios de la palabra y de la eucaristía que hasta ese momento desempeñaban de facto por la carencia de clero.
La dimensión profética de este proceso se evidenció en la calificación respetuosa de los cubanos del exilio como “hermanos” y “parte del pueblo” cuando el discurso oficial los catalogaba como “escorias”.
La misión de la Iglesia en Cuba fue sintetizada en el ENEC en dos capítulos: “Fe y sociedad” y “Fe y cultura” donde se asume una postura crítica sobre la realidad nacional pero se evita un juicio destructor de la misma que llevara a considerar los cristianos como enemigos. Una de las conclusiones de todo este itinerario fue apostar por una Iglesia dialogante, ad intra y ad extra, que pudiera convertirse en sacramento de reconciliación en medio de una sociedad polarizada ideológicamente, rechazando la doble tentación de ser ser vista como un movimiento opositor o una sucursal religiosa del sistema político.
Esto implicaba reconocer no solo los aportes que los cristianos podían ofrecer a la sociedad, sino también cómo el socialismo contribuía a una mejor comprensión del evangelio.
Aunque estas consideraciones podían ser interpretadas como la asimilación acrítica del ENEC ante el marxismo se debe reconocer que sus delegados no asumieron la Teología de la Reconciliación del sacerdote francés René David Roset. Este ensayo defendía la sociedad sin clases y la propiedad común sobre los medios de producción como el modelo político – económico más semejante al ideal evangélico.
La Iglesia, para este profesor del seminario habanero, no podía permanecer al margen de tal proceso político y para ello debía reconciliarse con el comunismo. A pesar de la autoridad moral del P. René David y sus aportes a la REC y al ENEC, los delegados a este evento decidieron preservar la legítima diversidad de opciones políticas y la no identificación del socialismo como el único modelo posible para realizar la vocación.
política del cristiano. Tales discusiones hoy nos pudieran parecer obsoletas pero en 1986 muy pocos imaginaban el derrumbe del comunismo en Europa del Este.
El ENEC concibió la misión eclesial como “una conciencia crítica dentro del compromiso serio con la sociedad.”
Creo que la postura de la Iglesia cubana a partir del ENEC ha acentuado cada uno de estos dos polos según las convicciones personales de sus líderes y las diferentes circunstancias históricas. Por un lado la encarnación de la fe exige la cooperación de los cristianos con todas las fuerzas que promueven “el progreso espiritual, moral, social, económico, político y cultural de la sociedad”.
Para los delegados del ENEC la solidaridad con los valores positivos del sistema político y la coherencia de la propia vida cristiana eran los medios por excelencia para el compromiso social. Por otro lado, la misión de la reconciliación significaba “ser la voz de los que no tienen voz en la sociedad: los pobres, los despreciados, los marginados...” La Iglesia soñaba ser un espacio donde todas las voces fueran acogidas, también las que no repetían la ideología oficial aunque esta postura trajera aparejada la incomprensión y la crítica.
Aun previendo situaciones difíciles que no tardaron en aparecer después del ENEC, sus delegados no quiso renunciar a la vocación de diálogo “con la libertad del profeta (...) y la prudencia del pedagogo.”
Necesitamos recuperar críticamente las conclusiones de la REC y el ENEC a pesar de que la mayoría de sus documentos permanecen sin publicar. Muchos de estos contenidos obedecen a un determinado contexto histórico pero el estilo participativo de este itinerario sigue siendo válido y quizás urgente en la actuales circunstancias de la Iglesia cubana... (continuará)
Escrito por: P.Raul Arderi Garcia sj