Juan 6 61 70

Pocos momentos en la vida de Jesús están tan cargados de dramatismo como este que recoge el evangelio de hoy. El discurso del pan de la vida ha despertado en sus oyentes una mezcla de admiración, deseo y rechazo.

La admiración y el deseo nacieron de una lectura superficial e interesada ante el milagro de la multiplicación de los panes. La propuesta de Jesús no se agota en la
satisfacción del hambre de pan ordinario que sustenta la vida. El desafío de Jesús consiste en ir más allá del signo para acercarse a compartir la realidad a la que apunta el milagro de los panes. Jesús no es solamente “el que da pan”. Jesús ES el pan vivo bajado del cielo. Aceptar su propuesta, “comer su carne entregada y beber su sangre derramada”, es un salto de fe que arriesga y compromete toda la existencia. Creo que el rechazo a la propuesta de Jesús no viene solamente de una lectura cruda, literal, del “comer su carne”. Tiene raíces más hondas. No se quiere “perder” la seguridad de quien protege su vida y la guarda como preciosa posesión para no darse solidariamente a los demás.

Los que habían seguido a Jesús motivados por intereses muy materiales comienzan a marcharse. El lenguaje del compromiso y del seguimiento radical resulta muy duro, inaceptable.

Jesús ve con pena cómo se va deshaciendo la multitud que lo acompañaba. Sólo va quedando alrededor de Jesús un puñado de los seguidores originales. Estos son los que han estado más cerca de Jesús. Cercanía física: los que han participado de los quehaceres de Jesús, de su ministerio y de su enseñanza. Cercanía espiritual:

los que han intuido, aun imperfectamente, que hay en el Maestro algo y alguien más que un obrador de maravillas.

A ellos se dirige la pregunta de Jesús:

¿también ustedes quieren marcharse? La respuesta de Pedro, hablando en nombre del pequeño grupo fiel, puede servirnos de inspiración y fórmula permanente para nuestra oración personal. “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Es cierto que tu lenguaje es duro, pero no es inaceptable. Está respaldado por la fidelidad con que te ofreces a nosotros para ser nuestro alimento, verdadero pan de vida.

  Escrito por: P. Alberto García Sánchez, S.J.