El bautismo de Jesús en el Jordán marca el comienzo de su ministerio. Prefiero usar la palabra "ministerio" más que "vida pública". Esta última expresión se contrapone a las otras palabras con las que designamos el tiempo que Jesús vivió en Nazaret: la "vida oculta". Ambas expresiones, aunque son válidas, encierran cierto peligro. Es el de quitarle importancia al tiempo de Nazaret y considerar como más significativo el tiempo (¿dos, tres años?) que Jesús predicó, curó y anunció públicamente el Reino de Dios.
Quizás no nos ayude a superar ese peligro la presentación que hacen los evangelistas del bautismo de Jesús. Los cuatro destacan el carácter "especial" del acontecimiento. Se ve al Espíritu descender en forma de paloma y se oye la voz del Padre llamando a Jesús el "preferido". Este carácter único, irrepetible, "especial", del bautismo de Jesús evidentemente forma parte del mensaje de los evangelios sobre su persona. Jesús es el "Hijo" por excelencia. Es el enviado del Padre. Es su "preferido", su "predilecto".
Pero hay otra dimensión del misterio de Jesús que pasa inadvertida. Solamente San Lucas la destaca. Jesús se bautiza en medio de un "bautismo general". Va a unirse Jesús a un gran movimiento espiritual de conversión y de expectativa religiosa.
El Padre lo señala entre la multitud, pero Jesús mismo no hace nada por presentarse como diferente. No lo había hecho durante su vida en Nazaret. No lo va a hacer ahora al comienzo de su ministerio.
No podrá evitar llamar la atención y despertar un gran revuelo alrededor de su persona por las señales milagrosas que obra y por la calidad de su palabra y su discurso. Pero el Mesías sigue siendo "el hijo del hombre", "el hombre". Participa de nuestra experiencia humana a plenitud: goza los encuentros festivos en bodas y banquetes, acoge a los niños, se estremece ante el dolor ajeno (la viuda de Naín, la muerte de su amigo íntimo, Lázaro),mira la vida y sus más "insignificantes" detalles con profundidad.
Creo que es necesario mantener en tensión estas dos dimensiones de la persona de Jesús: su identidad única como Hijo de Dios y su identidad compartida de hermano y compañero de nuestro caminar.
Escrito por: P. Alberto García Sánchez, S.J.