lanunciaciondemariaLa bellísima escena de la Anunciación constituye la antesala del gran misterio de la Navidad en la liturgia de la Iglesia. Este texto de San Lucas es, junto con el texto de San Mateo de la oración del Padre Nuestro, uno de los textos más repetidos por los cristianos aun sin darnos cuenta de su procedencia. Cada vez que rezamos el Ave María, repetimos las palabras que el ángel Gabriel dirige a María como saludo.

Después de ese impresionante saludo, ante el cual María queda confundida, viene el anuncio de la Encarnación. El lenguaje es todavía más espectacular: tu hijo será grande, se llamará Hijo del Altísimo, Dios le dará el trono de David, su padre, reinará para siempre sobre la casa de Jacob. La sublime claridad de los títulos no se corresponde con lo nebuloso de la explicación a la pregunta que hace María sobre el “cómo” de esta propuesta.

Todos estos elementos nos dan amplia materia para una contemplación reposada del misterio de la Encarnación. Pero he querido atender más bien al final del intercambio entre María y el ángel. Después de recibir la explicación que en realidad no le explicaba nada y de recibir la noticia del embarazo humanamente imposible de la estéril Isabel, María va a llevar el diálogo a un nivel superior al de las razones y los conceptos.

El “para Dios no hay nada imposible” sí es explicación para María. No una explicación que apela a una comprensión intelectual de un misterio que la sobrepasa. Más bien es una interpelación a la fe sencilla y profunda de esta joven campesina que por su sencillez y su pequeñez ha encontrado gracia ante Dios. Llena de gracia porque no está llena de sí misma.

Bendita entre las mujeres porque no se compara con ellas sino que se mira desde la Bondad sin límites de Dios.
El “hágase en mí según tu palabra” es todo un programa de vida que irá infinitamente más lejos que este momento crucial de la Anunciación. Hágase en mí según una palabra que no entiendo plenamente. Hágase en mí lo que Dios desea porque me reconozco como su servidora. La Encarnación del Hijo de Dios necesitó este “permiso” de una creatura.

Escrito por: P. Alberto García Sánchez, S.J.